"A mí nadie me ha regalado nada. Todo lo he conseguido a base de trabajar"

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El sonido, a veces ensordecedor, de un estadio al compás de una pelota de fútbol es su mejor antídoto. Con ella bajo sus pies, el pequeño Luka Modrić siempre se sintió seguro y hasta se animó a cuestionar lo que, en 1990, a sus 4 o 5 años, ya le parecía (y aún hoy así lo siente) algo surrealista, casi cinematográfico. Pero él ya bien sabía que las bombas que estallaban apenas a 100 metros de distancia estaban causando estragos en una Yugoslavia sumida en una profunda crisis político, social y cultural, tras años de divisiones entre las distintas etnias y religiones que conformaban una región con grietas históricas.

La propia palabra Yugoslavia lleva una premisa en su nombre: yug significa sur, y slavija, tierra de eslavos. La antigua Yugoslavia aunó diversas etnias, religiones y naciones. Supo ser una vanguardia política, económica y cultural. Pero hace poco más de tres décadas, esa geografía de cristal se derrumbó de forma traumática. Croacia y Eslovenia, dos de sus repúblicas constituyentes, declararon la independencia el 25 de junio de 1991 para dar inicio a la destrucción y disolución del gran Estado eslavo del sur.

Durante cientos de años, el territorio que luego fue Yugoslavia se extendía entre dos influyentes imperios: el otomano y el austrohúngaro. Serbios y croatas habían sido enemigos durante la Primera Guerra Mundial y luego se les impuso formar parte del mismo Estado en una construcción bastante artificial que los obligó a convivir después de haber sido enemigos en la guerra. Al unirse, las distintas identidades nacionales también descubrieron muchas diferencias entre ellas sobre lo que se concibió como el nuevo Estado. El Reino de los serbios, croatas y eslovenos decidió adoptar el nombre de Reino de Yugoslavia —se la conoce como la primera Yugoslavia— de 1929 hasta 1941. Ese año fueron invadidos por las potencias del Eje nazi-fascista.

Con la Segunda Guerra Mundial se puso de manifiesto, una vez más, las tensas disputas nacionalistas. Nacionalistas croatas y eslovenos facilitaron la creación de un territorio satélite de las fuerzas fascistas. Mientras, una guerrilla de unionistas yugoslavos conocidos como partisanos, bajo el liderazgo de Josip Broz Tito, peleaba a la vez contra los fascistas invasores y los nacionalistas croatas y eslovenos.

La derrota del fascismo en 1945 elevó y potenció a los partisanos quienes propiciaron retomar el proyecto yugoslavo, esta vez apoyándose en el comunismo. La victoria de los partisanos de Tito, una resistencia con recursos limitados, dio mucha legitimidad a una Yugoslavia socialista y lo erigió en nuevo líder: algo así como el salvador del nazismo. En él se encarnó la raíz de la República Federativa Socialista de Yugoslavia, la gran nación vigente desde 1943 hasta su progresiva desaparición durante la década de los 90. La nueva federación estaba formada por las repúblicas de Croacia, Serbia, Eslovenia, Bosnia y Herzegovina, Macedonia y Montenegro.

La 10 es de Luka. (Getty)

La 10 es de Luka. (Getty)

Durante estos años de estabilidad (del ´50 al ´70 se redujo a más de la mitad la mortalidad infantil, se triplicó la tasa de doctores por pacientes y el analfabetismo cayó del 25% al 14%), muchos de sus habitantes se sentían yugoslavos y los nacionalismos quedaron stand by. Pero las grandes disparidades entre las entidades menos desarrolladas del sur (Macedonia, Bosnia-Herzegovina y Montenegro) y las desarrolladas del norte (Croacia, Serbia y Eslovenia) empezaron a crujir a fines de 1970 y, de esta forma, los fantasmas del nacionalismo regresaron como "solución" al deterioro económico y los desequilibrios territoriales.

En suma, el equilibrio de Yugoslavia se basaba sobre todo en Serbia y Croacia, las naciones más grandes y prósperas. Se trataba de dos enemigos íntimos por las guerras previas que se integraron a un Estado común sin solucionar la cuestión nacional de raíz. Todo eclosionó con la muerte de Tito en 1980 que expuso las cuentas pendientes y destapó varias disputas nacionalistas inconclusas dentro de la antigua Yugoslavia.

Sin Tito en el poder y con el comunismo en crisis, se sumó el estancamiento económico. Con esa coyuntura, ganaron espacio las ideologías nacionalistas que empezaron a crear sus propios partidos en busca de erigirse en estados en sí mismos. Con la guerra a punto de estallar, en 1991, Eslovenia declaró su independencia. En ese mismo período, en Croacia también se impuso la emancipación como un efecto dominó de algo que estaba al caer (en 1992 lo hizo Bosnia y Herzegovina). Los serbios que vivían en Bosnia replicaron declarando su propia república independiente. Esto provocó una rotunda respuesta de Serbia para “defender a los suyos” que dio origen a la Guerra en Croacia. Pelearon sus tres pueblos constituyentes mayoritarios: croatas, serbios y bosnios. Cada bando defendía la zona en que eran mayoría e intentaban expulsar a las etnias en desventaja.

Si bien no existen datos reales y concretos sobre sobre las víctimas de la guerra, pero la Agencia de la ONU para los Refugiados reportó una estimación de más de 130.000 muertes y dos millones de refugiados. Entre ellos, claro, los Modrić que tenían su propia batalla interna: no separarse y permanecer unidos en medio de una guerra descarnada en nombre del nacionalismo de unos y otros que provocó genocidios y pisoteó los derechos humanos para matarse entre vecinos. El más cercano, el del abuelo de Luka Modrić, quien lleva su nombre en su honor, y fue asesinado por milicianos rebeldes serbios junto con otros seis ancianos en el asentamiento industrial de Jasenice, distante a 40km Zadar, ciudad adriática en la que nació Luka el 9 de septiembre de 1986. Con la casa de sus abuelos quemada y la de sus padres en el pueblo de Zaton Obrovacki en ruinas, los Modrić fueron desplazados y obligados a peregrinar por pequeñas habitaciones de hoteles para refugiados, adonde el olor a pólvora ingresaba y penetraba en las fosas nasales como ríos de agua de deshielo para causar pánico y estremecer los cuerpos de grandes y chicos en esas habitaciones mínimas que, a oscuras, sólo permitían algún rezo taciturno de clemencia.

Eran tiempos en que los días se hacían eternos, casi interminables y el único resquicio de libertad se daba cuando podían salir a jugar al aire libre. Siempre con una pelota de por medio, por supuesto. Allí se explica en gran medida el profundo amor que siente Luka por el fútbol. Para él corretear detrás de una pelota era como un grifo de agua en medio del desierto. Su único oasis implicaba domar una pelota. En semejante entorno se crió el pequeño Luka con sus padres (Radojka Modrić y Stipe Modrić) y sus hermanos (Diora y Jasmina).

Tras el fin de la guerra, su casa en Zaton Obrovacki les fue devuelta, pero Luka Modrić ya había tomado una decisión: quedarse en Zadar para jugar al fútbol. Su papá, técnico aeronáutico que trabajaba en el aeropuerto de esa ciudad, y su mamá, costurera, a pesar de la modestísima situación económica familiar, decidieron creer que el sueño de su hijo era posible. Ellos, según contó el propio Luka, arraigaron en él su modos y formas simples para entregarse en corazón y alma en pos de un deseo. El suyo, el tiempo le dio la razón, tenía como sustancia esencial su dosis de talento sumado al ímpetu por abrazar una causa.

La hoja de ruta de Luka:

Cultor del perfil bajo y amigo de las frases cortas sin estridencias, Modrić siempre prefirió hablar, como arista en su lienzo, con el talento de sus pies en una cancha de fútbol. La conexión equilibrada y lúcida de su mente se traduce en uno de los mejores volantes del mundo. Acaso, uno mixto sin precedentes que lo llevó al sitial de ser definido como el “Johan Cruyff balcánico”.

Con 16 años, a mediados de 2001, pasó por el Dinamo Zagreb y, en 2003, fue cedido al al HSK Zrinjski Mosta, equipo de Bosnia y Herzegovina, con el que jugó su primer partido como futbolista profesional, el 3 de agosto de 2003 contra el Borac Banja. Una sola temporada le bastó para ser elegido, con 18 años, como Jugador del año de la Liga de Bosnia. Luego fue prestado al NK Inter Zapresic, club con el que terminó segundo de la Prva HNL (Primera Liga de Croacia), donde obtuvo el título de Jugador revelación.

Luka y su balón de oro. (Getty)

Luka y su balón de oro. (Getty)

Tras las dos cesiones posibles, Luka regresó a su club de origen para ganar la Liga de Croacia en la temporada 2005/06. En ese entonces, Luka ya era un volante con llegada al gol (convirtió 7), un ítem más que deseable para el fútbol dinámico y versátil. En el Dinamo Zagreb, además, logró las Ligas 2006/2007 y 2007/2008 (incluidas las Copas de Croacia de ambas temporadas y la Supercopa de 2006). Allí, reconoce, encontró a su compañera de vida: su esposa y representante Vanja Bosnic, con quien se casó en 2010 y tuvo tres hijos (Iván, Ema y Sofía).

A la conquista de Europa:

Luka ya había hecho todo como para dar el gran salto el fútbol importante de Europa. Y, en abril de 2008, pasó al Tottenham Hotspur de la Premier League a cambio de 20 millones de euros. Ese pase implicó un cambio radical para los Modrić que nunca se quejaron cuando la situación apremiaba y mucho menos lo hicieron cuando el cinturón empezaba a abrirse y dejarlos respirar.

Pese a ciertos vaivenes, producto de algunas lesiones, los Spurs le renovaron el contrato en 2010 por seis temporadas hasta 2016. El DT Harry Redknapp, que reemplazó a quien lo había pedido (Juande Ramos) lo cobijó como a un hijo y supo potenciar sus virtudes. Le dio más libertades y menos ataduras para que hiciera a sus anchas. “Luka es increíble. Es de otro planeta, está en otro nivel. Es un futbolista fantástico y un chico fantástico”, lo definió Redknapp.

Desembarco feliz: Modrić, al Real Madrid

Su cotización creció tanto como las solicitudes para hacerse de sus servicios. La disputa entre el Manchester United y el Chelsea, en 2011, llevó a la dirigencia del Tottenham, a instancias de su DT, a rechazar una oferta de los Blues de 27 millones de euros que luego elevaron a 40 sin lograr su cometido. Eran tiempos en los que el propio Luka quería un cambio y se lo hizo saber al club. Su espera llegó a su fin el 2 de mayo de 2012 cuando el Real Madrid fue a la carga por el croata, quien se declaró en estado de rebeldía porque quería, sí o sí, pasar a La Casa Blanca del Fútbol Mundial. El pase, finalmente, se selló el 27 de agosto de 2012, luego de varias semanas de negociaciones dilatadas por el club londinense. El traspaso se cerró en 30 millones de euros para hacer que Modrić viviera “uno de los días más felices de mi carrera”, según describió.

Luka y la Champions, una ecuación ideal. (Getty)

Luka y la Champions, una ecuación ideal. (Getty)

En España, Luka desarrolló su mejor versión. En un equipo poderoso con pretensiones claras: ganar siempre para ser campeón. Eran tiempos en los que aún el portugués Cristiano Rolando era su as de espada. Modrić se acopló al esquema a la perfección para sumar un engranaje más al Merengue. Con la decimocuarta Champions League, la Liga y la Supercopa de España, Modrić logró sumar 20 títulos en su frondoso y ascendente palmarés como jugador de Real Madrid: 5 Champions League, 4 Mundiales de Clubes, 3 Supercopas de Europa, 3 Ligas de España, 4 Supercopas de España y 1 Copa del Rey.

A sus títulos de equipo, Modrić suma el Balón de Oro de 2018 (por encima de Cristiano Ronaldo y del francés Antoine Griezmann), el Premio The Best al Jugador de la FIFA 2018, el Premio al Jugador del Año de la UEFA 2017/18 y el Balón de Oro del Mundial de Rusia 2018. Asimismo, esta temporada integró el equipo ideal de la Champions League y fue el MVP (jugador más valioso) de la última final de la Supercopa. Estos dos reconocimientos se unen al Balón de Oro en el Mundial de Clubes de 2017, el Balón de Plata en el de 2016 y sus cinco apariciones en el 11 ideal de la FIFA.

En la Selección, también:

Su debut en la Selección croata mayor se dio en 2006, en un amistoso contra Argentina (2 a 2). En poco tiempo supo ganarse un lugar en el elenco nacional que disputó meses después el Mundial de Alemania 2006. Mundial con ausencia de por medio, en Brasil 2014, Croacia volvió a languidecer en primera ronda, con dos derrotas y un triunfo para los balcánicos. A partir de ese momento, Modrić se convirtió en capitán y líder máximo de su selección. Bajo su mando, Croacia entendió quién debía ser el verdadero titiritero de un sorprendente equipo que disputó un gran Mundial de Rusia 2018. El segundo puesto (cayó ante Francia por 4 a 2) se edificó a partir del fútbol desarrollado por Luka. Sin subirse a ningún pedestal, el volante croata convirtió dos goles (uno a Argentina y otro a Nigeria).

Lo suyo con la Selección de su país es casi una cuestión de estado. Por ello, el 27 de marzo de 2021, ante Chipre por la clasificación para Qatar 2022, Luka se convirtió en el jugador con más partidos de la historia de su selección, superando las 134 presencias de Darijo Srna.

La vida de Luka Modrić parece inagotable. Por eso, el periodista Robert Matteoni, con la anuencia del propio protagonista, en 2019, convirtió su historia en un libro (“Mi partido”) que vendió casi 300.000 ejemplares. En suma, su historia es la historia de un sobreviviente que supo sobreponerse a una guerra y ya se convirtió en leyenda. Tal vez por ello, seguirá jugando al fútbol “hasta que sus piernas lo soporten y la pelota no deje de escucharlo”.

Genio y figura de Croacia.

Genio y figura de Croacia.